Existen diversos estudios sobre la influencia de la dieta sobre el envejecimiento humano. Estos trabajos revelaron que una dieta con restricción calórica del 30% en la cantidad de calorías ingeridas reduce considerablemente los radicales libres y aumenta la longevidad de los individuos.

Esta restricción calórica debe asegurar el adecuado aporte de macronutrientes (proteinas, grasas e hidratos de carbono) y micronutrientes (Vitaminas, ácidos esenciales, substancias antioxidantes). Una dieta baja en calorías debe ser completa en nutrientes y oligoelementos, y personalizada a las necesidades personales de cada paciente.

Así mismo asegurar el aporte externo de elementos como los ácidos grasos omega3 y omega6 y evitar el aporte excesivo de las grasas saturadas y las insaturadas hidrogenadas (aceites vegetales de bollería industrial).

Los alimentos básicos en una dieta antiedad son las frutas y verduras , por su alto contenido en fibra, ser un aporte de hidratos de carbono de bajo índice glucémico y su riqueza en vitaminas, el pescado azul por su alto contenido en ácidos grasos omega 3 y 6 y el aceite de oliva por su alto contenido en Vit E y su gran capacidad antioxidante, así como sustituir la leche de vaca por leche de soja.

Es muy importante establecer el concepto del control de los niveles de insulina a través de la dieta. Dietas muy ricas en hidratos de carbono de rápida absorción (carga glucémica alta: pan, pasta, dulces...) generan elevaciones excesivas de la insulina. Esto desencadena una cascada de efectos no deseables como aumentar la transformación del exceso de glucosa ingerida en ácidos grasos que se almacenan en el tejido adiposo a la vez que inhibe el consumo de la propia grasa corporal, propicia la producción de mediadores de la inflamación (eicosanoides), genera una hipoglucémia que se traduce en sensación de hambre mantenida, aumenta la resistencia de sus propios receptores celulares, lo cual puede desembocar en una diabetes de tipo II, etc. Por tanto las dietas deben aportar la cantidad adecuada de hidratos de carbono, que contienen la glucosa imprescindible para el funcionamiento fisiológico normal, pero deben ser de baja carga glucémica (Frutas, verduras, hortalizas...), es decir su transformación en glucosa es lenta y su paso a sangre también es progresivo. De esta manera la elevación de la insulina en sangre después de las comidas es moderada, permitiendo una serie de efectos beneficiosos como la utilización de la propia grasa corporal para generar energía, los niveles de glucosa en sangre se mantienen estables con lo que se evita la sensación de hambre, se controla la liberación de mediadores de la inflamación, etc. Por tanto el consumo de alimentos de baja carga glucémica como fuente de hidratos de carbono, y que la proporción de hidratos de carbono, grasas y proteínas sean las adecuadas es un pilar fundamental en el desarrollo de dietas que favorezcan la estabilidad del medio interno.

Cuando la anamnesis presenta problemas de tipo digestivo como aerofagia, estreñimiento, colon irritable, o dolencias difusas articulares se aconseja realizar el test de intolerancia a los alimentos. Se establecerá una dieta específica y personalizada que evite los alimentos con mala tolerancia.

La dieta siempre debe ser personalizada y adecuada a cada paciente, progresiva, debe tener en cuenta el índice de masa corporal, la actividad física diaria del paciente, para poder hacer el calculo de sus necesidades calóricas reales, lo que junto al ejercicio resulta ser la mejor terapia antienvejecimiento.